México, noviembre de 1998.
Mi dulce Olaf,
Espero que recibas mi carta a tiempo para que mi visita no te sea una sorpresa. Son trescientas sesenta y cinco las lunas que nos han separado, sÃ, es demasiado, pero aún es poco. A veces pretendo sentirte aquÃ, en mi pecho, con tu rostro de niño perverso, con tu cara de adulto tierno. Sé que sigues conservando esta apariencia, pues los años ya no pueden pasar sobre ti, tal vez estés un poco más delgado. Seguramente lo notaré. Quiero verte.
TodavÃa no encuentro el camino de la luz, tu ausencia marcó demasiado el significado de tu presencia. No te tengo, sin embargo te anhelo con ansia, con dolor, y se llenan mis venas de tibia soledad, apartando de mi cuerpo lo que rige en un ser rebosante de alegrÃa. No quiero que te incomodes por mi situación, que no durará mucho, pero deseo ponerte al tanto de lo que me sucede y proseguir con esta carta.
Cuando todos acudieron a verte y llorarte, no era tan grave mi dolencia. No sentÃa todavÃa tu ausencia. Pero, pasaron los dÃas y tu olor estaba ahÃ, en mi cama, en la casa, por doquier, sin existir parte alguna de tu cuerpo. Tu voz acariciaba mis oÃdos, me susurraba. Lo que escuchaba era el eco acumulado por años, porque no habÃa ninguna boca que emitiera esa voz tuya. Hasta tu rostro se hacÃa presente, se dibujaba en las paredes, te volvÃas omnipresente y completamente abstracto. De tanto verte confundÃa tus gestos, olvidaba cómo eras realmente. De pronto me abandonó tu esencia, tu cuerpo sufrÃa un eclipse singular; te obscurecÃas todavÃa más; te llamaba y no acudÃas, nunca lo hacÃas. Y te extraño. ¿Tú también me extrañas? Esto terminará pronto.
Cada desasistir tuyo era una muerte de mÃ, cada aparición tuya era un renacer de mÃ. Es agotador este proceso, sobre todo cuando te das cuenta de lo difÃcil que es sobrevivir y lo único que se encuentra a tu lado es tu propia sombra. El cuerpo suda nostalgia y llora añoranza; y esa sombra obscura y frÃa no puede decir nada, es como un espejo en el que te reflejas, en el que me veÃa abatida y dolida. No importa lo que diga ahora, lo que haga, nadie está mirándome. ¿O sÃ?, tal vez seas tú.
Todo este tiempo he pedido misericordia, he rogado por recuperarte. Es inútil, nadie responde, sólo la muerte extiende su mano. Ahora ya conoces mis intenciones, mi cuerpo sangra por tenerte y mi vida empieza a extinguirse. Mis energÃas ya no son las mismas, mis esperanzas se esfumaron al saber que tú te marchaste.
Te escribo porque sé que te alegrará saber que iré muy pronto contigo. Estoy lista para renunciar a todo lo que tengo, hasta a mi propio cuerpo. Viviremos nuestra muerte juntos, hasta que una vida nueva nos separe y nos encontremos en una reencarnación. Te pido no desesperes, ya que sé que durante este largo año lo único que has querido es convencerme de hacer esto. ¡Ya es tiempo!, recibà tu mensaje, has insistido tanto. ¡Pobre de ti!, y yo ¡tan tonta por no entenderte!, eras tú quien me extendÃa esa mano. Cada instante me siento desahuciar y me alegra, ya que estoy muriendo. Por ti, por amor.
Con muerte de amor
Zoe
P.S.: Nuestro espÃritu no tiene muerte. Hundámonos en la esencia de los seres, ya sea vivos o muertos.