Lucy se apresuró a entrar en el vagón del metro, pero fue inútil porque alguien más habÃa lanzado su mochila para apartar lugar. Ni modo, tendrÃa que ir de pie durante todo el camino.
El tren recorrió varias estaciones, cuatro más y se bajarÃa. En la siguiente parada subió una señora regordeta, con ojos caÃdos y llenos de tristeza. La mujer se colocó a un lado de Lucy y sacó de su bolso una hoja que pegó en la pared del vagón. Lucy miró el papel: una fotografÃa en fotocopia de una niña perdida, seguramente la hija de esa mujer. Sintió pena por la madre, quien tan sólo miraba el suelo.
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El metro arribó a la estación en que Lucy debÃa bajar. Aquella mujer salió del metro y con paso veloz se alejó de Lucy, ella intentó seguirla, pero la gente se lo impidió. Trató de apresurar el paso antes de que la señora diera vuelta hacia la salida. No lo logró.
Lucy quiso olvidar a aquella señora que sufrÃa por su hija, continuó con su recorrido y salió del metro para después tomar su autobús. Subiendo las escaleras, que dan al exterior, encontró a una niña llorando. Se detuvo y le preguntó "¿Qué pasa?". En ese momento la chiquilla levantó la cara y Lucy se percató de que se trataba de la hija de aquella señora del metro. La tomó de la mano y, apresurada miró a su alrededor, buscando a la madre. "No te preocupes, vamos a encontrar a tu mamá", "ella está preocupada por ti". La pequeña seguÃa con el llanto y, sin quererse mover de ahÃ, levantó el brazo para señalar la avenida principal.
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Lucy, consternada, se dirigió junto con la niña hacia la multitud formada en la calzada. Se abrió paso entre la gente y vio el cuerpo de una mujer, a la que de inmediato cubrieron con una sábana blanca. La niña lloró con más energÃa.
—Pero, ¿hace cuánto que la atropellaron? —Lucy preguntó a uno de los policÃas que se encontraban ahÃ.
—Cerca de una hora, señorita —contestó el hombre con indiferencia.
—No puede ser, pero... si hace diez minutos que la vi en el metro y, ésta, ésta es su hija perdida.