top of page
  • aquelarredeideas

No es mentira

La niña se quejaba, se revolcaba de ardor e inflamación.

—Me duele mami, mucho —lloriqueaba tumbada en la alfombra de su habitación.

—¿Qué te duele m'ijita?, dime ¿dónde te duele?, si no, no puedo ayudarte.

—Aquí... ma...mi, aquí... —dijo en pausas y señaló sus genitales.

—A ver, déjame ver— y bajó las pantaletas de la niña.


No había rastro alguno de herida, ni siquiera irritación. Sus labios estaban limpios, pero muy cálidos. Nada era extraño, el aspecto de su vagina era normal.

—Pero si no tienes nada m'ija, no quiero mentiras —sentenció la madre preocupada.

—Me duele, algo me picó.

—¿Qué?, ¿cómo que algo te pico?, ¿una araña?, ¿un mosquito?

—Era grande, con seis patas, ¡ah, me duele!

—¿Una abeja?

—No, de otro color.

—Hija, necesito saber, por favor dime de qué color era.

—No sé, mami, ah. No sé.

—¿Volaba?

—Sí.


Yael, de apenas cinco años seguía llorando. Y lloraba aún más cuando su madre levantaba la voz por la angustia. No era su culpa, sin embargo temía que así lo pensaran. Tenía miedo de su padre la regañara al llegar, tan sólo por tener esa molestia. Después de dos horas, por fin su madre decidió llevarla al médico, ya que el dolor no le cesaba. Cargó a su hija y la llevó al auto. En el camino seguía llorando. Curiosamente, minutos antes de llegar al consultorio, Yael dejó de quejarse.

—¿Yael?, hija, ¿qué pasa?

—Ya no me duele, mami.

—¿Cómo que ya no te duele?

—Ya no mami.

—¡Ay!, ¡Escuincla canija!, si querías que me enojara ya lo hiciste.

—No mami.

—No te dolía nada, sólo estabas inventando para que te sacara a pasear.

—No mami, es que de veras...

—¡Ya cállate!, vas a ver cuando llegue tu padre.

—No, no le digas, por favor, en verdad que me dolía, no estoy inven...

—No me rezongues, malcriada —y la madre le soltó una bofetada.


Yael lloró en silencio, porque no quería seguir siendo malcriada. No quería que su mamá le pegara. Pero se sentía acongojada. Ese dolor que había sentido no era mentira, tan intenso, tan lastimero y a la vez tan extraño, le punzaba hasta el vientre. Un calor recorría su vagina y, de un momento a otro, así como llegó el dolor también se fue.


La tunda que le tocó cuando llegó su padre a casa, no fue tan mala, pero la certeza de que se la daría la hizo más terrible. Pero no le dolió tanto, después de ese piquete de insecto, unas nalgadas no eran nada.

Ya había transcurrido una semana desde el supuesto berrinche falso de Yael. Sin embargo, ella aún lo recordaba, no olvidaba ni un detalle de aquello que causó una golpiza. Sí, recordaba a esa avispa, que destilaba ironía, burla, pero también brillaba y exhortaba a mirarla. Volaba frente a sus ojos, clavaba sus ocelos en la figura diminuta, tierna, virgen de Yael. Aquel insecto fue buscando una entrada a su piel. La encontró. Yael levantó su vestido para observar al artrópodo, ya que sentía una suave y exquisita caricia, pero una especie de pequeño pellizco la hizo retorcerse en el césped. Empezó el dolor y sólo vio que se alejaba la avispa.

—Mamá quiero vomitar —Yael advertía como todas las mañanas.

—¡Ah!, ¿ahora que me vas a inventar? Ya no te creo nada.

—No mamá, me siento mal, no es mentira.

—No m'ijita, desde aquel día ya no te creo.

—Pero no es mentira, algo me había picado.

—Todavía sigues con lo mismo, ya pasó mucho tiempo. Ya basta, a comer, y si vomitas te pego.


Cada amanecer de Yael empezaba con náuseas. A pesar de que no comía mucho estaba engordando. Su vientre se encontraba algo inflamado y rojizo. Su mamá no le dio importancia, porque pensó que estaba en la edad del engorde. Yael sentía irritada la piel de su vientre y notó una pequeña protuberancia, que con el paso de los días fue extendiéndose. Yael sabía que era el piquete de aquella avispa, pero no entendía por qué la roncha se formaba en el vientre, si no era allí donde le había picado.

—Mamá tengo algo en la panza que me duele.

—¿Ahora qué?

—Tengo una roncha, esta blanca por dentro.

—¡Ay!, te ha de haber picado un mosquito.

—No mamá, fue el del otro día.

—¡Ay, ya vas a empezar con tus tonterías! Ándale, ya vete a jugar por ahí, que estoy muy ocupada como para escuchar tus mentiras.

—De veras, no es mentira.


La pobre criatura se llenaba de tristeza al saber que ni su madre ni su padre le creían lo que decía. Se sentía sola y derrotada; se preguntaba constantemente: "¿por qué a los niños nunca nos creen?", no comprendía por qué los adultos se comportan tan frívolos con ellos. Viven en ese constante ajetreo, con esa inmensa incapacidad de contener sueños y fantasías. La indispensable alegría la olvidan.


Yael miraba su cuerpecito desnudo. Estaba lista para meterse a la tina y darse un buen baño. Mamá ya no la ayudaba con eso, decía que tenía que aprender a hacerlo, que ya era grande. Una, dos, tres pataditas sintió en su abdomen. Lo miró durante largo rato. Ya era más grande aquella roncha, la tocó y tenía un aspecto viscoso, blanquecino, se despedazaba con el simple roce de sus manos. Entre sus dedos se enrollaban partes de su vientre, de su volcán abdominal. Una, dos, tres, cuatro pataditas. Acariciaba tranquilizando. Una, dos, tres, cuatro, cinco pataditas, y seguía acariciando. La inflamación de su cuerpo se movía al ritmo de sus latidos, se inflaba y se encogía, como queriendo explotar. Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis pataditas. Por fin explotó, la sangre y pus se deslizaron, se escurrieron en sus piernitas. Yael no estaba asustada. Se encontraba alegre, sorprendida, maravillada. Le sonreía a ese pequeñito ser que, rociado de sangre, la miraba con ternura.

—¿Yael?, ¿por qué haces tanto ruido?, ya apúrate a bañar… —gritó la madre al momento que abría la puerta del baño.


Un grito estridente inundó el cuarto lleno de vapor, de sangre tibia y esperanza. Yael estaba parada dentro de la tina, con su vientre casi descuartizado, tiñendo el agua de rojo, espantando las burbujas de jabón. Su padre también se acercó. Quedaron mudos e inmóviles mirando a Yael y a su acompañante.

—Ves mami, no es mentira. No estaba inventando.

32 visualizaciones0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo
bottom of page